Capítulo 3. Reflexiones
Laura estaba totalmente transformada, se había cortado el cabello y cambiado su color de negro a rubio brillante. Mi esposa era algo tímida, pero una vez que se sentía a gusto con una persona no paraba de hablar.
Los primeros cinco años de nuestra relación ella era conmigo más comunicativa al punto de cansarme, lo confieso. Después, un triste y apagado velo cayó sobre nuestra relación y apenas casi charlábamos, siendo prácticamente yo el único que profería palabras, ella solo asentía a cualquier cosa que le dijera o preguntara.
Con los años nuestro trato se volvió monótono, sin que mediara incentivo alguno. Me molestaban casi todos los temas de conversación que Laura proponía, me parecían todos sonsos, sin sentido, poco inteligentes. En fin, nuestro matrimonio enmudeció.
Pero hoy, al llegar a casa, justamente después de haber tenido el breve encuentro con aquella dama misteriosa y divina que pareció mover mi corazón, percibo a mi esposa cantando muy alegre, vestida muy elegantemente y lista para salir a pasear.
Al momento le pregunté qué estaba sucediendo, cuál era el motivo de su alegría y adónde se disponía a ir. Ella siempre acostumbraba a salir conmigo, nunca sola.
−Voy a visitar a una amiga que hace años no veo y me invitó a cenar, respondió Laura gozosa−. En la cocina te dejé la comida preparada, cuando lo desees puedes comer….
– Pero, ¿no me vas a servir primero antes de irte?− le dije algo desconcertado.
– Lo lamento, Jorge, estoy apurada, no quiero impacientar a mi amiga, ah, regreso tarde, no me esperes…
Y sin decir más se marchó… No podía creer lo que estaba ocurriendo, y por si fuera poco, tarde en la noche llamó para decirme que se quedaría a dormir en casa de su amiga, ya que estaba pasada de tragos. Permanecí impávido, no sabía qué pensar. Esta no era la manera de actuar de Laura, jamás hubiera imaginado un comportamiento así de parte de ella.
Pero el asunto no paró ahí, sino que todos los días al llegar del trabajo me encontraba a Laura exquisitamente adornada para emprender sus ya habituales salidas que eran cada vez más frecuentes. Y lo peor era que cada momento que intentaba dialogar con Laura, ella se mostraba evasiva.
−Lo siento Jorge, pero ahora no tengo tiempo para hablar, otro día, ¿sí?
Pero ese día nunca llegaba y esta situación se fue haciendo cada vez más insoportable. Yo necesitaba hablar con ella, lo necesitaba a gritos, pero mi esposa nunca tenía tiempo, sentía que la estaba perdiendo y yo solo ansiaba recuperarla.
Recordaba entonces su cautivadora y alegre sonrisa cuando nos conocimos, lo mucho que conversábamos sobre diversos temas, pasábamos horas, madrugadas enteras repletas de pasión, dulces caricias… Hasta nuestras grandes y pequeñas diferencias alimentaban nuestro amor, sí, nuestro amor…
¿Qué pasó con nuestro amor? Me preguntaba una y otra vez. ¿Por qué dejamos de comunicarnos? ¿Qué sucedió con nuestras vidas? Como una película interminable se sucedían ante mí tantas escenas vividas, imposibles de olvidar junto a mi esposa, mi bella y encantadora Laura.
Sentía que el dolor de perderla estaba secando mis huesos, la paz había huido de mí, y justo en ese preciso instante recordé las palabras de aquel ángel de luz que conocí en el tren:
−Escucha, tan solo escucha… Escucha…
Claro, ahora comprendo. Me dije a mí mismo: “Dios, cómo no me di cuenta antes, cómo pude ser tan egoísta”
Recordé tantos momentos donde mi esposa me suplicaba que la escuchara, y yo, casi ausente, solo me preocupaba por mi trabajo, los encuentros con mis amigos, ver la tele o estar embobecido largas horas en internet.
Apenas le dedicaba tiempo, o mejor, ninguno.
Dios, ¿qué hice con nuestra vida?
Sin poder contenerme un río de lágrimas pareció inundarme, hasta que, como fuerte viento pasada la tormenta…
Continuará….
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