LAS PASIONES OCULTAS DE PILAR – CAPÍTULO I

in #spanish7 years ago (edited)

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Pilar era una chica de 16 años. Vivía en Galicia, específicamente en Compostela. Su vida no difería de las demás de su entorno: ir al cole, salir con sus amigas, ir al cine una vez al mes, leer un libro por semana…


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«En las grandes ciudades la vida debe ser diferente, mucho más emocionante», solía repetirse, intuyendo que Compostela era, quizá, un pueblito, y con ello, denostando un poco la vida campestre que también podría darle emoción a su existencia.

A sus 16 años, ella creía conocer mucho de la vida. Total, bastante que ha leído. Vargas Llosa, Borges, incluso Lope De Vega… Esos eran unos maestros de la vida que perfectamente podrían describir las cosas que ella quisiera vivir o «experimentar». Pero lo cierto es que ella nunca había vivido cosas, digamos, «extra-literatura». Nunca había tenido novio, por ejemplo.

En las vacaciones anteriores, ella se quedó en casa de una tía en un pueblo cercano a Compostela. Ella tenía alrededor de 4 años sin ir para allá y coincidió con el hijo de ella, su primo. Él era un año mayor —tenía 17— aunque había cambiado algo desde que ellos eran amiguitos, de niños, él seguía siendo relativamente el mismo. Aún así, ella pensaba que su primo ya era un hombre y se sentía un poco inferior a él, ya que ella siempre se creyó como una niña. En el salón, era la más chica, y fue la última de sus amigas en desarrollarse. Pero Pilar nunca ha sido fea. Aunque siempre tuvo complejos por su tamaño.

Estando en la casa de su tía, compartió bastante con ese primo. Durante los primeros días no dejaban de recordar las travesuras que de niños hacían, y también hablaban de las cosas que vivían a esa edad. Ella le contaba de sus amigas en el cole, de las veces que las monjas superiores en el colegio las regañaban por comer en los pasillos, o de la vez en que ellas la regañaron porque, luego de que su amiga Jessica, en clases de matemáticas la pellizcara, soltó un sonoro «¡Coño!», y eso ameritó mandarla derechita a la dirección y la sanción de tres rosarios.

Él le contó de las travesuras que hacía. De cómo su tía lo cachó en cierta ocasión fumando con sus amigos, de las fiestas a la que había asistido en la capital algunos fines de semana, o de cómo casi lo aplazan en el colegio por ser un muy mal estudiante. Todas esas historias la fascinaron. Ella sentía que de verdad su primo era mucho mayor que ella. Que estaba hablando con todo un hombre, un hombre interesante.

Una noche se sentaron encima del carro dañado del tío de Pilar. Estuvieron viendo las estrellas por horas, hasta bien tarde. Conversaron de todo. De lo que querían estudiar, de lo que sus papás querían que estudiaran, de los planes que querían hacer en el futuro — Pilar quería conocer Rusia, ya que era una adoradora de los libros de Dostoievsky, y su primo quería ir a California, para surfear y escuchar Red Hot Chilli Peppers— y de las experiencias que han tenido. En una de esas, él le cuenta que estaba sólo, sin novia, pues la chica con la que andaba, en su colegio, lo terminó. Era por un asunto «complejo», según él, pero que la razón principal era porque ella era virgen y él quería sexo. Esa noticia la alarmó: quería decir que ahora hablarían de las intimidades y en ese segmento ella era una neófita. Pilar nunca había tenido intimidad. Al seguir la conversación, su primo continuó hablando de sexo, pero al ver que ella estaba incómoda le preguntó qué sucedía. Ella prefirió decir que no le gustaba hablar de esas cosas íntimas, y que la disculpara. Él se apenó y le pidió que le disculpara la imprudencia. Luego de eso no dejaron de hablar, de contarse cosas. El momento de incomodidad pasó.

Pilar usaba un short corto de jean y una franelilla blanca, por el calor. Su primo usaba un short de tela color beige y una franela naranja marca Quicksilver. Estando encima del carro, ella levanta la pierna de tanto en cuanto y observaba discretamente como su primo —también algo discreto— le miraba. Eso la sonrojó la primera vez, pero luego ella sintió algo de cosquilleo, una sensación que le agradaba, ya que el sólo pensar —y sólo pensar— que un «hombre» como él pudiera mirarla de esa forma, la honraba.

Cercana a la medianoche, él le dice para preparar unos tragos. Ella dice que no toma, salvo en las fiesta navideñas de la familia donde entonces toma un poco de vino. Él le dice que no se preocupe, que él la protegerá, y que debe probar sus maravillosas bebidas. Entonces él entra y en pocos minutos, regresa con un par de vasos, una Coca Cola y una botella de ron a medias. Encima del carro, él prepara su famoso Cuba Libre «porque en algo Cuba debe ser libre», fanfarronea, y ella se ríe. Y al estar listo, dan un par de sorbos a la bebida. «¡Está riquísimo!» dice ella, mientras tose con algo de pena. Él se ríe y le da un besito en la mejilla.


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Tomaron y charlaron un rato, mientras reían con bastante ruido. En una de esas, él le dice un chiste mientras ella tomaba un sorbo, y al soltar la carcajada, derrama algo del trago encima de su franelilla. Ella se apena un poco, pero en ese momento, y por unos minutos, ambos se quedaron viendo su pecho humedecido. La bebida había caído encima de sus senos, y la franelilla blanca se había vuelto un poco traslúcida, dejando ver un poco el sostén —también blanco— y la forma de sus senos. Ella levantaba algo la mirada hacia él y veía como él la miraba con algo de deseo en la pupila. Luego, ella le dice «deja de verme así, que me apenas», y él, luego de reírse un poco, se acerca y le da un besito muy tierno, y algo lento, en la mejilla. Se vieron a los ojos durante un rato, y ella inmediatamente, se alarmó y dijo que la disculpara, que iría adentro, a ducharse y a dormir. Él le dijo que estaba bien, y la dejó ir.

En plena ducha, ella recordaba la escena, y se preguntaba «¿Me habrá visto de verdad con deseo o son ideas mías? ¿Me deseará?». Y mientras recordaba aquello, se enjabonaba lentamente sus senos. A pesar del placer que estaba sintiendo, prefirió abstenerse de tocarse y sólo ducharse.

Al salir del baño, caminó con algo de silencio, por la hora, hasta su cuarto, y en eso escuchar unos sonidos del cuarto de su primo. Al acercarse, ve una hendija en la puerta, y admira la escena: su primo se estaba masturbando. Era la primera vez que ella veía a un hombre dándose placer. Era la primera vez que veía un pene. Y eso la excitó muchísimo. Pilar se quedó viéndolo hasta que él eyaculó. Cuando eso ocurrió, ella escuchó que él susurró «Pilar». Acto seguido, ella corrió a su cuarto, muerta de la vergüenza.

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Al día siguiente, todo anduvo normal en la casa. Ella se tragó todo lo que pasó la noche anterior y decidió olvidar ese asunto. Al mediodía, su tía salió a hacer unas compras al pueblo y avisó que regresaría algo tarde porque también visitaría a unas amigas. Pilar se quedó sola con su primo. Durante un rato, ella se quedó en su cuarto leyendo un libro de Orham Pamuk que había comprado, cuando entra su primo y la invita al cuarto de él a jugar Nintendo. Acepta, ya que a pesar de lo que adora la lectura de buena literatura, ama también ver saltar a Mario Bros.

Se quedaron un buen rato jugando, gritando, saltando un poco en la cama de la emoción. Estaban pasándolo genial, pero también hacía mucho calor a esa hora del día. Pilar esta sudando y se había hecho una cola en el cabello. Su primo la veía a cada tanto, un poco embelesado por la imagen tan sexy que ella exhibía. Y entonces, él se lanza y se lo dice «sabes que te ves muy sexy, ¿no?», ella se apena, y le dice que eso no es cierto. Pero entonces él le dijo muchas cosas: le dijo que le parecía que ella era muy hermosa, que se había convertido en una mujer preciosa y sexy, y que desde que ella llegó él no deja de verla. Pilar, apenada, le preguntaba por qué decía esas cosas, y él le describió todo cuanto ve hermoso en ella: su cabello, su risa, su hermoso cuello, lo sexy que se veía así o lo seductora que estuvo la noche anterior, en el carro, cuando veían las estrellas, y, sobre todo, cuando se le derramó el trago encima.


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Pilar estaba encantada con lo que oía, pero tampoco lo creía: su primo, ese «hombre» de verdad, la veía sexualmente, y eso era algo impensable para ella. En eso, entre tanto incredulidad, él se abalanzó sobre ella, y le dio un beso. Fue un beso que al principio fue romántico. Lento, muy despacio, algo tierno. Poco a poco, pasó a otra cosa. Él le introdujo la lengua y luego se acercó, comenzó a tocarla en las piernas, y las cosas se pusieron aún más intensas. Ella comenzó a acariciarlo en el cabello y luego bajó a tocarlo en el pecho. Él se sacó la camisa y ella le besó el cuello y el pecho. Luego, él haría lo mismo: comenzó a besarla en el cuello. Ella cerró los ojos y comenzó a gemir. Él bajó lentamente por su pecho, y le sacó la franela y el sostén y le besó los senos.


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Pilar no quería ir más allá: tenía miedo de que las cosas se salieran aún más de control. No dejaba de pensar en las advertencias que la Hermana Milagros les hacía en clase de Humanismo y Probidad «sexo prematrimonial no sólo es pecado, sino que es una forma de exponerse a embarazos no deseados y a enfermedades venéreas». Pero las ganas eran aún más fuertes que ella, así que en su corazón pidió auxilio divino para resistirse. Le dijo a su primo que no quería tener sexo porque sería su primera vez y no quería que fuese así, entonces él le propuso una solución salomónica: hacerle sexo oral. Ella, de entrada, se opuso, pero las ganas no perdonan, y ella accedió…

…Continuará….

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