Las cartas - un relato postal
Puede que signifiquen la distancia, pero cuando uno las escribe o las recibe, son el único contacto físico real entre personas que están geográficamente lejos. Desde pequeña he escrito cartas y me ha emocionado abrir el buzón y conseguirme una.
Soy hija de inmigrantes griegos y de niña viví unos años en la tierra de mis padres, así que dejé allá a casi toda la familia y amigos cuando volvimos a Venezuela.
Mi maestra de la escuela donde estudiaba allá y todos mis compañeros prometieron escribirme, y lo hicieron, luego yo les envié una carta contándoles cómo la estaba pasando en mi nueva escuela en Caracas. Obvié las dificultades iniciales con el idioma español (del cual sólo recordaba unas cuantas palabras) y resalté los beneficios: el clima, mis primos de acá y en general, la novedad.
Mi mejor amiga, Dina, me escribió contándome aventuras de la clase como: “hoy nos fuimos de excursión”, algo común cuando el verano se asomaba por allá, y “¿te fuiste o estás en Grecia? ¿Por qué te fuiste?”... Porque cuando somos niños no tenemos elección, vamos a donde nos lleven. “¿Tienes nuevas amigas? ¿Me recuerdas?” Claro que sí, la recordaba siempre. Al principio no me fue fácil hacer nuevos amigos, por el idioma, porque se burlaban, pero a los tres meses ya hablaba bien y me pude entender con los demás y sobre todo pasar a cuarto grado.
Dina me escribió luego que en las vacaciones se había ido a la playa y “estaba lleno de turistas ¡que se bañaban desnudos!” jajaja... seguro eran alemanes, pensé. “Me di 75 baños”, dijo ella, porque allá los niños al volver de vacaciones presumíamos de cuántos baños nos habíamos dado en la playa, y el bronceado lo reafirmaba. Las cartas se fueron espaciando hasta que perdimos el contacto.
También le escribía a Súla, una amiga de mi hermana que siempre daba noticias de las adquisiciones compulsivas para su gigante colección de Barbies y sus accesorios. La prima Dora enviaba las cartas más coloridas, matizadas con dibujitos y calcomanías.
A mi abuela le escribíamos seguido, al igual que a mis primas Sofía y Elena. Me gustaban mucho las cartas de mi tocaya Sofía, porque como vivía cerca de mi abuela y del pueblo donde pasábamos las vacaciones de verano, describía lo nuevo de allá y a la vez me refrescaba los recuerdos, a veces con el plus de una postal.
Una de las personas que más extrañaba era mi primo Aleko, inseparable compañero, junto a mi hermana, de inimaginables aventuras. Porque íbamos a la misma escuela, vivíamos en el mismo edificio y en el mismo piso y andábamos de un apartamento a otro como si las puertas no existieran.
Su mamá nos escribía los primeros meses contando que Aleko estaba muy deprimido con nuestra partida, que deambulaba por los pasillos del edificio y que se había vuelto muy rebelde. Él era así, expresaba siempre lo que sentía.
Sus cartas eran cortas pero muy divertidas y acontecidas: “Amada Sofía, ¿qué haces? Yo estoy bien. Recibí tu carta y me alegré mucho. Espérame en verano. Tienes saludos de Hristo, tu amado compañero de clases. ¿Vas a la escuela? ¿Vas de paseo? ¿Has encontrado amigos? Mi pececito negro se murió. ¿Cómo van tus periquitos? Espero tu carta. Besos, tu primo Aleko”.
Siempre nos habíamos divertido juntos, y también peleábamos horriblemente con golpes y jalones, pero como éramos niños y queríamos seguir jugando, olvidábamos rápido las rencillas. A través de las cartas no podíamos pelear. Así, yo le contaba de Venezuela, a la que él siempre quiso venir. Incluso recuerdo que le decía a su mamá, que por qué él no había nacido en Caracas, como nosotras y sus dos hermanas mayores. También le encantaban las arepas.
Por otro lado, las hermanas de Aleko nos reclamaban que sólo le escribiéramos a él: “NI UNA CARTA, BURRAS. Sólo a él ¿eh?”.
Claro, a veces también hablábamos por teléfono. En la última carta que recibimos de mi primo, después de mucho tiempo, nos decía que siempre nos recordaba aunque no nos escribiera porque tenía clases casi todo el día en el bachillerato. “Las pocas horas libres se las dedico a mi dulce perrito, que llamo Léon. Es de raza cocker y tiene las orejas y el pelo larguísimos. Supe que tienen una gatita que llaman Punky. Envíenme una foto de ustedes con ella. Espero pronto sus cartas y prometo contestar rápido. Besos, con mucho amor, Aleko”. Lamentablemente pocos años después mi primo partió de este mundo inesperadamente, nos quedaron sus cartas…
Cuando me cambiaron de colegio en Caracas, hice una nueva amiga, Paula. Nos la pasábamos hablando de las comiquitas. Mi mamá me regañaba porque durábamos horas hablando por teléfono, de las comiquitas y un tema que comenzamos a investigar: los Ovnis. Habíamos armado un archivo de artículos aparecidos en periódicos y especulábamos sobre una posible invasión. Estudiamos juntas 4to y 5to grado, luego nosotros nos mudamos al interior del país, a La Victoria y ella se fue con su familia para Portugal.
A escribir más cartas entonces, en los años ’90 aún no había correo electrónico. Yo le contaba lo que sucedía acá y ella me describía su difícil proceso de adaptación, aunque ya la pasaba bien. “En vacaciones fui todos los días para el río”. Me comentaba de una comiquita que estaba viendo “que era de cantar, con canciones muy bonitas, pero acabó muy estúpida y eso es lo que me da rabia” jajajaja. Luego se disculpaba por “los errores que devo tener, es que hace mucho tiempo que no escrivo castellano. Escriveme lo mas breve posivel”.
En una de esas cartas me envió un dinero que le había quedado de acá. “Espero que con los 100 bolívares que te mandé compres cosas bonitas”. No hay que reírse, 100 Bs era algo hace unos años aquí en Venezuela. No recuerdo qué compré. A la larga perdí el contacto con Paula.
Sexto grado. En mi nuevo colegio en La Victoria, hice nuevos amigos, una de ellas fue Maribel. Nos sentábamos cerca en el salón de clases y hablábamos como loras. La profesora nos tiraba tizas para que nos calláramos.
Cuando terminamos 9no grado, Maribel también se fue. ¿Qué cosa no? Sus padres son canarios y se mudaron definitivamente para Tenerife.
Las cartas que me escribía eran tristes al principio, porque no lograba adaptarse, ni al frío ni a la gente. Pero estudiaba muchísimo y salía bien en los estudios. “Aquí en letras están un poco más avanzados, pero lo que es química y física yo voy más adelantada. En mi salón somos 29 y sólo 9 pasamos todas las materias y en esas 9 estoy yo. Ya que aquí hay muchas fiestas, muchos partidos de fútbol y las personas no estudian... Yo nunca salí a una fiesta (porque aquí hay fiesta todos los fin de semana) pero ahora que las pasé todas, me voy para todas las fiestas y para la playa todos los días”… Eso es justicia pensaba yo jajaja.
Maribel tenía muchos errores ortográficos pero su estilo siempre me pareció de lo más divertido, porque es que escribe como habla. “Le dices a Caterina que se vaya al coño porque le mandé una carta con la que te la mandé a ti y todavía no me ha escrito nada, parece como si se la hubiera tragado la tierra. Tú le dices que se olvide de mí”.
Le costó más de un año adaptarse allá, pero luego el cambio se reflejó porque en sus cartas me contaba de las fiestas, las salidas, los paseos y los chicos. También su tema favorito: las compras. Ropa, zapatos, más ropa y más zapatos...
Con Maribel nunca perdí el contacto, siempre hablamos por teléfono, hasta no hace mucho nos escribimos cartas por correo tradicional, aunque exista Internet y whatsapp.
Una de las etapas de cartas que también recuerdo fue la de Don Balón. Como me gusta el fútbol compraba esa revista española cuando tenía como 14-15 años y había una sección que se llamaba “Mercadillo”. Ahí la gente ofrecía o solicitaba cosas de fútbol. Mi hermana y yo enviamos nuestras ofertas y desde que aparecimos publicadas, comenzaron a llegarnos un montón de cartas de todas partes: la mayoría de España, pero llegaron también de países como Marruecos, Cuba, Túnez y otros. Mi hermana feliz, porque como coleccionaba estampillas...
Más adelante, al año de comenzar la universidad, mis primos que vivían en Valencia también se fueron, para República Dominicana. Les escribimos pero sólo recuerdo haber recibido una carta, ellos son más cibernéticos, hablamos por ahí.
¡Ah! También escribí una carta de amor para un concurso, pero nunca la envié a competir, ahí quedó, en mis archivos, jajaja.
Guardo casi todas las cartas que me han enviado, y en sus sobres originales (aunque les faltan las estampillas, recortadas por mi hermana). Hace años que no las había releído, y al hacerlo, quedan claras las sensaciones de cercanía que ofrecieron esos pedazos de papel en su momento, muchas perduran hasta ahora...
Todas las fotos son de mi propiedad