Un abuelo en otra galaxia
Hace un tiempo conocí a mi abuelo.
Se supone que debía haber crecido escuchando sus sabias palabras pero no era así. De pequeña nunca lo entendía, palabras extrañas salían de su boca, incomprensibles.
Literalmente; porque no tenía dientes, ¡ni uno solo!
No fue hasta que cumplí los catorce que pude dedicarle un tiempo más a sus palabras llenas de experiencia, escuchar las historias de cómo vivía con su esposa, mi abuela, una mujer de color, más de cincuenta años de casados, relatos de sus cinco hijos y sus travesuras de pequeños.
Lo que se espera, con cinco hijos es que si se tiene el padre enfermo todos acudan a ayudarlo, pero no. Mi madre era la única que velaba por su padre, cuando a este le dio Alzheimer. Lo cuidaba, y le prestaba la mayor comprensión posible.
Cuando yo los visitaba mi abuelo, perdiendo cada vez más el vigor que lo caracterizaba, me preguntaba repetidas veces las mismas cosas.
-Miriam, ya comiste?
-Sí, La abuela ha preparado algo muy rico.
-Sí, creo que sí. Me encanta su pollo.
-La abuela ha cocinado carne.
-Ah, pero siempre debo decir que me encanta su pollo.
El no me molestaba en nada, al contrario, cada vez que preguntaba algo, o lo hacía repetidas veces, dentro de mí crecía una dulzura hacia él, un amor incomprensible, y un profundo sentimiento de arrepentimiento por no haber entablado una amistad con un hombre casi seis décadas mayor que yo. Lo que más admiraba de él, era que a pesar de la enfermedad, seguía profesando su amor a ratos hacia “su negrita”.
-¿Dónde está Marta?
-Salió por unos recados al pueblo, ya debe venir.
-Ah. ¿Y ya comiste?
-Sí, ya lo he hecho.
Mi abuelo lejos de molestarme me divertía.
Fue una tarde de octubre, cuando yo estudiando en el balcón, mi abuelo me llamó.
-¡Miriam, ven a ver!
-¿Qué cosa?- Le respondí a lo lejos.
-Te daré una llave, una llave mágica. Un secreto. Una herencia. Pero solo la podrás tomar cuando yo muera.
Mi abuelo a veces me hablaba de eso, pero esa vez parecía más serio.
-Abuelo, usted no se va a morir.
-No me engañes y mucho menos te engañes a ti misma. Sólo toma la llave después que yo muera y sabrás el secreto.- Me respondió.
Un mes después sucedió. Mi abuelo murió de un infarto. Después de dejar en mi regazo una carta días antes, que indicaba donde estaba la misteriosa llave.
Se encontraba en una cajita, junto a otra carta.
“Hola Miriam, si estás viendo esto es porque ya sucedió. No vayas a pensar que estoy muerto, sólo estoy en otra galaxia”.
Att: Abuelo.
Posdata: Saludos a todos en la tierra.
Desde ese momento anhelo el día de conocer nuevos mundos... Esto es verdad y no miento, cómo me pasó se los cuento.
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