El ambulatorio

in #spanish7 years ago (edited)

Era un niño de unos dos años. Llegó con su madre y guardaron turno en la sala de espera, la central, la más amplia de todas, rodeada de los despachos de las diferentes especialidades. Parecía claro que el pequeño tenía fiebre, mi ojo clínico de galeno casi jubilado no me engañaba con esas cosas, quizá con otras, pero la fiebre era como mi mano derecha, la hubiera reconocido en cualquier especie animal, vegetal o mineral, porque no se trata sino de un estado distinto, y no es tan difícil advertir esa distinción, si se conoce la normalidad.

Saqué las llaves del bolsillo de mi bata para abrir el pequeño habitáculo donde pasaba consultas, mientras otros niños jugaban, correteando por los pasillos; no sé cómo hay madres con la cachaza suficiente para consentir que sus hijos molesten, y más en un ambulatorio, y continúen compartiendo recetas o haciendo ganchillo como si nada. El niño de la fiebre parecía examinarlos, y fue su mirada lo que me llamó la atención de tal forma, que nunca he olvidado la impresión que me causó. Parecía pensar de aquellos niños atolondrados lo mismo que yo, lo noté en su gesto, antiguo como las sombras, que apenas cambiaba en el rostro enfebrecido, rodeado de piedra fría en paredes, suelos, en el olor a desinfectante, a soledad o a desaliento, tan fría como un desamparo.

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No sólo yo me fijé en el pequeñuelo: Manuel -un anciano con la boina calada hasta los ojos, de manos grandes que asían la garrota con la dulzura con que se acaricia a la más fiel compañera, y sólo un tosco chaquetón de pana sobre los hombros, a pesar de las heladas de aquel invierno-, llevaba un buen rato mirándolo con la misma sorpresa en el rostro que la que yo tenía, seguramente. Era un amigo del barrio desde que tengo memoria, iba todos los meses a por su receta de morfina, y quién era yo para negársela. Una vez, ya hacía mucho, llegó a mi casa, que pude conservar gracias a que mi familia lleva el apellido Primo de Rivera (de cuarta generación, pero suficiente para obrar el milagro de abrir puertas más difíciles de franquear que el Mar Rojo), de noche, para que le escondiera papeles impresos por multicopista y algún libro de Kropotkin. Naturalmente, lo hice.

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Los dos sabíamos que el niño enfermo, no más que de un mal constipado, según supe más tarde, se estaba dando cuenta de que allí, tiempo atrás, habían armas, y camillas con heridos, soldados, enfermeras con el uniforme manchado de sangre, carreras y gritos. Y también que hubo, después de eso y hasta que el caserón volvió a cumplir con su función de ambulatorio, la misma paz que deben de tener los muertos, o peor -porque los muertos ven las cosas desde otra perspectiva, digo yo, si no, ¿qué objeto tendría cambiar de naturaleza?-, la paz que acosa, detiene, humilla, da palizas a uno solo entre cinco o seis, la que pone a prueba constantemente el valor de ser humano.

Aquel niño miraba la sala de espera desde más de cuatro puntos cardinales, entre asustado y con el asombro de quien aún no comprende muchas cosas, pero no lo oculta. Era la fiebre, sin duda, que instala a la gente en una flecha, y la dispara hacia dimensiones desconocidas.

-¿Tú no vas a jugar con esos niños? -le preguntó Manuel, aunque los dos sabíamos la respuesta.

El pequeño le miró con sus pozos profundos, y le hizo un gesto con la cabeza, "¿jugar? ¿es que esos niños son tontos, no ven lo que está ocurriendo?", parecía pensar desde sus mofletes rosados por la alta temperatura de su cuerpecito.

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El anciano perdedor en un mundo siniestro y yo, casi viejo y sin haber ganado nada en un mundo igual al suyo, cruzamos miradas; estábamos acostumbrados a no hablar, si no hacía falta, para decirnos que, a pesar del silencio, siempre habrá personas que no olvidarán nunca lo que vieron en el ambulatorio del barrio, cuando, de pequeños, un día, tuvieron fiebre.

Imágenes:
https://pxhere.com/es/photo/574081

https://www.endocrineweb.com/professional/research-updates/thyroid-disorders/hypothyroidism-linked-heart-disease-people-rheumatoi

El dibujo del anciano es de Robinson Avello Ayala: https://www.artelista.com/obra/75857038433087201-anciano.html

Sort:  

Los otros siempre estarán ahí, gentes que ven lo que nadie ve y que deambulan entre los mundos.

Qué misterio todo.

Me gustò mucho el relato Susi. Ese aire de misticismo e historia fantástica le queda muy bien. Muy bueno. Un saludo y un abrazo por el olvido :)

No nos olvidamos, poesía, a veces podemos leernos y otras veces no, pero siempre volveremos a "vernos". Gracias por tu paso por aquí, un besazo.

Fiebre o no, lo que parece cierto es que los niños todavía tienen despierto ese sexto sentido para ver más allá de los adultos. Y de igual manera que hay personas que te desagradan de inmediato, sin motivo aparente, también hay edificios que hablan en silencio, sobrecogiéndote el alma con las tragedias que llevan sobre sus paredes.

Eso es, quizá la película Poltergeist sea algo más que efectos especiales, hay lugares malditos, y también su contrario.

Y películas malditas. Poltergeist dice la leyenda negra, que es una de ellas y que la niña murió en extrañas circunstancias. Lo mismo se dice del Edificio Dakota, de Nueva York, donde se grabó La semilla del diablo y donde asesinaron a John Lennon.

Me encanta la palabra "cachaza". Mi madre la utiliza a menudo. Detecto cierto aire de reencarnación en el relato. De posesión de pasadas vidas en el cuerpo del niño. O quizás sea solo el crecer antes de tiempo. O la gris mirada del médico narrador que lo barniza todo.

Recuerdo palabras que escuchaba de pequeña: cachaza, perendengues, mandil o tolay, tienen su encanto. En un principio, yo también creí que se trataba, más que de una reencarnación (aunque la idea estaba por ahí), de una extraña aproximación mental entre aquellos hombres, ya en el final de su vida, y el niño, casi empezándola, que algún hilo del extraño tapiz del tiempo les había unido. Lo más probable era que la fiebre hubiera llevado al niño a advertir determinadas energías que quedaron impresas en el edificio. Pero luego, no sé por qué causa, el final que elegí me llevó a pensar que quizá todo se había creado en la mente del médico. Puede que estuviera incubando un catarro. Y tú eres muy observador.

Impresionante relato, me atrapó, tienes una manera muy particular de narrar historias y me encanta., y en especial esta de tu relato "rodeado de piedra fría en paredes, suelos, en el olor a desinfectante, a soledad o a desaliento, tan fría como un desamparo". Fabuloso.

Gracias, Mari, viniendo de ti, no es mal piropo.

A veces solo se mira por el ojo de la realidad de ahora.. ¿y quién fuimos antes? ¿qué vieron nuestros otros ojos?

Qué curioso, ayer leí esto, me lo ha recordado tu comentario:

AHORA, ¿QUÉ...?

Los caminos del pasado están cerrados hace mucho tiempo.
Ahora ¿qué hago, yo, del pasado?

(Anna Ajmátova)

Como siempre una publicación espectacular querida @susiunderground
Hasta pronto!!!
Que tengas una feliz semana.

Gracias, avellana, luego te leo, que ando ahora liadilla. Besote.

un relato fascinante,si los adultos tuviéramos esa percepción que tienen los niños el mundo seria otro,saludos

La tenemos, pero castigada a no poder despertarse, como en el cuento de Blancanieves. Quizás algún día la rescatemos de su maleficio. Saludos, Mavel.

No sé por qué, pero me vi reflejado en la parte donde dice "...no sé cómo hay madres con la cachaza suficiente para consentir que sus hijos molesten, y más en un ambulatorio, y continúen compartiendo recetas o haciendo ganchillo como si nada."

En serio, me molesta las madres que permiten eso en cualquier lado, sea el que sea.

En España hubo una cierta polémica por hoteles que son únicamente para adultos, los niños no pueden entrar. Tengo que reconocer que, si pudiera elegir, elegiría un hotel sin niños, suena antinatural, pero es mucho más tranquilo :))

Jajaja creo que también me anotaría en eso. XD