Aún sigo despierto bajo el refugio de la media noche, tratando de encontrar las palabras correctas en esta hoja de papel, mis párpados son dos bolsas cargadas de cansancio, y mi rostro, es como un bloque de titanio impulsado por la exasperante gravedad.

 
Hay un vació inmenso entre mis ideas y mi escasa concentración. El whisky, mi néctar, mi dulce ambrosía que me conecta con la meditación, junto con mis cigarrillos de Marlboro rojo que detienen el dolor de mi alma haciéndola sentir más aliviada. A pesar de que existe un profundo silencio perfecto para la abstracción, la falta de atención hacia mi trabajo me hace débil y exento de templanza.

 
Jugueteo con mi imaginación un rato, mientras mi mente recobra de nuevo el deseo de continuar con el trabajo que el lápiz y el papel con ansiedad quieren terminar. Son afanosos y su excitación me deja con una despavorida desconfianza. Las sombras me saludan murmurando entre ellas chillidos que son inenarrables, dejándome con mal sabor indefinido en mi razón.

 
El calor de la luz de mi oficina se hace más intenso, no pasará mucho de que los molestos mosquitos chupasangre vengan por mí a darse su festín. La concentración cada vez más y más se me escapa en un círculo de ideas descontroladas y burlonas que me rodean en una pérfida humillación. La oscuridad penetra con intensidad en mis ojos hasta devorar por completo la luz, y en un instante, como si el tiempo fuera nada, desperté.

 
La jaqueca y un dolor intenso en mi espalda por haber dormido torcido me obligaron a soltar quejidos y alaridos de angustia. Otro día que pasa, y no logro traspasar la barrera del caos hacia el mundo de las ideas, lo intentaré de nuevo esta noche.