El circo | Relato

in #steempress6 years ago (edited)



Muy temprano, todos los habitantes del circo se levantan y comienzan con sus quehaceres diarios. Mientras unos limpian los otros organizan los boletos y alimentan a los animales encerrados. Las tareas se desarrollan tranquilamente, sin ningún retraso, porque el tiempo que llevan haciéndolo ha sabido obrar en ellos una puntualidad que resultaría exquisita a cualquier jefe. Así, el día transcurre con bastante regularidad, pero mientras se acerca la noche las caras que se van cubriendo con maquillaje empiezan a adquirir un aspecto desolado.


Se preparan para recibir al público, sin demasiados ánimos, algunos se dedican a repasar brevemente sus actos con una maestría inevitable, se la ha proporcionado el tiempo que llevan realizandolo. Al llegar los invitados, el presentador, el dueño del circo, el que reprende y castiga, el que infiere miedo para obtener respeto entra al escenario para presentar el primer acto; Los malabaristas. Estos maniobran a la perfección las lanzas cubiertas en fuego que avientan al aire para demostrar a un anonadado público sus excelentes reflejos.

Al terminar dan paso a los equilibristas que valiéndose de su fuerte y elástico cuerpo causan fascinación entre los presentes.

Aparece el contorsionista doblando y desdoblando su anatomía provocan asombro y pánico en la masa de seres humanos que se apretuja con dificultad bajo la carpa, y así continúan los espectáculos. El domador introduce la cabeza en la boca de un león manso que hace años perdió el instinto de cazar por la aburrida vida en cautiverio, y, para cerrar la función aparecen los payasos.


Los iconos de cualquier circo, salen de un pequeño automóvil una veintena de payasos con caras felices saltando y llenando la sala de risas. Se hacen bromas, como escupirse agua uno en la cara del otro, se mofan entre si y la gente aplaude maravillada, al salir de la carpa comentan el asombroso espectáculo que les acababan de ofrecer, muchos concuerdan en que sin duda alguna van a regresar.

Cuando ya no queda público todos proceden a hacer lo mismo, limpian la carpa de la suciedad humana, guardan a los animales, y entregan al jefe malhumorado el dinero recolectado por las entradas. Este con una petulante expresión les grita, los reprende por no haber llenado por completo los asientos, los llama buenos para nada, ineficaces, idiotas.

Los hombres y mujeres con rostros pintados van a sus correspondientes habitaciones y se quitan el maquillaje, revelando debajo un rostro hostigado, reprimido y frustrado. Salen las lagrimas y marchitan todo a su alrededor. Algunos piensan en acabar con su vida, otros planean irse cuando tengan suficiente dinero. Y los payasos... los payasos siempre sueñan con poder quitarse la mascara que impide a la gente ver que son simples hombres a quienes les duele en el alma ser motivo de burla.


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