La presencia | Relato
Sé que está a mi lado desde hace un buen tiempo. No es que no me he querido dar cuenta, es que no mejorará la situación si soy consciente de lo que me espera. No puedo ceder a sus demandas sin antes haber recibido mi última bendición. Él se acerca a mí, pero de inmediato lo enfrento y le suplico que me de unos minutos más. Él se ríe, se regocija en su sitio ante mi estúpida demanda. Quizá sí sea una estupidez, pero ¿qué más puedo hacer a estas alturas si no esperar uno de esos milagros que tanto he visto en la ficción?
Por compasión, o quizá para entretenerse, él se aleja y se sienta a esperar. Me mira con una cara burlesca, como si mirara a un tonto o a un niño que no sabe nada de lo que es la vida. Pero yo sí sé bastante. Sé que he cometido grandes errores, y que muchos de esos errores me han costado un par de relaciones, pero sé que también he hecho un bien. Las cadenas que forjan las relaciones son más fuertes de las que se realizan con odio. O eso es lo que he querido decirme día tras día.
El cuerpo me duele, de una manera que ni siquiera después de haber pasado años con ese peso he podido soportar. Se me mete por la espina dorsal, corre por las piernas, las coyunturas e incluso en el cráneo. Él me tiene la mano, como dando una alternativa para que todo termine de manera rápida, pero con una mueca lo rechazo. Después de todo lo que he hecho, es mejor soportar esto si los resultados que obtendré serán sanatorios. No es que lo necesite luego, pero al menos me otorgará paz, más de la que merezco.
El dolor sigue consumiéndome mientras las horas pasan. Ya hay una atracción inhumana que me atrae al otro lado, y siento el calor que me abraza de una manera cálida. Pero soy demasiado terco para dejarme llevar y sigo soportando tal desgracia. Hasta que, con mis sentidos apagados, escucho como la puerta se abre. Él se asombra, pero yo no. Lo sabía desde el principio. Los pasos son pesados, y no es para menos, deben estar cargados de orgullo. La figura del otro lado se posa al lado de la cama y se pasa la mano por el cabello. Da un par de vueltas y mueve los labios. No sé qué dice, pero no necesito oírlo para saberlo. Se sienta y posa la mano sobre mi brazo arrugado; y es justo en ese momento cuando por fin siento que es el final.
Volteo para mirarlo, a esa presencia maldita que me ha estado asechando día tras día para llevarme a otro lugar. Sin fuerzas le extiendo la mano, él la agarra pero antes pronuncia un par de oraciones para mí, que ya he recibido la despedida que necesitaba.
-¿Tanto necesitabas el calor de tu hijo?-pregunta.
-Era el calor final que necesitaba. No me podía ir de este mundo sin que me hubiese perdonado. No importa que el dolor fuese insoportable, valía la pena sentir sus manos una última vez.
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fridakahlo (68) 6 years ago