Párrafos en la nada: Días atrás.

in #steempress6 years ago (edited)
La primera vez que la vi, vivíamos en la tercera ciudad más peligrosa del mundo. Estábamos en la sala de algún museo de Bellas Artes. Todas las obras expuestas me parecían un atado de formas geometrías irregulares que, bajo el titulo de arte vanguardista, se exponían en un salón semivacío. Habían esculturas hechas de material reciclaje, vigas de construcción superpuestas y, en un rincón, un espejo. El cartel encima del marco solo rezaba: arte. Me quedé detenido algunos minutos viendo mis ojos atrapados en los lentes, mi cabello desarreglado y la ropa arrugada, pero, sobre todo, preguntándome que hacía en un salón vacio. Debí pasar mucho tiempo abstraído porque de pronto oí una voz a mi lado. Que ves, preguntó. Sin voltearme, de manera automática, respondí; un cuervo disecado. A ver, dijo, y entonces al ponerse frente a mí, vi su cabello recogido en una coleta, los lunares detrás de su cuello y un perfume de fresa irrigó el aire. Ahí no hay nada de eso mentiroso, dijo, es un campo verde en donde pastean caballos de guerra. Luego nos reímos del resto de la exposición sin medio entenderlo sin medio prestarle atención del todo. Ana, días después, cuando nos volvimos a ver, me dijo que ese día había salido temprano de clases y había decidido pasear por los museos de Bellas Artes. Teníamos muchas cosas en común; y ese día, caminando hacia Plaza Venezuela bajo el débil sol de la mañana, hablamos de lo ridículas y sensibles que pueden llegar a ser las películas de Woody Allen, el encanto que tienen los escritores como Baudelaire, Bukowski y Céline. Era estudiante de Letras en la Monte Ávila y yo, cumpliendo muy bien mi papel, dije que estudiaba ciencias actuariales, estadística para los amigos. Ella me dijo que le parecía bastante raro que alguien dedicado a los números supiera de Roberto Bolaños, de Hamsun, con todo respeto claro. Lo que Ana no sabia y en ese entonces yo tampoco sabía muy bien, es que yo era un perfecto actor. Aborrecía estadística. Para toda mi familia yo me despertaba temprano en las mañanas, tomaba el metro y me dirigía a clases. Solo que en el semestre muy pocas veces llegue a pisar el salón. Los únicos momentos en que no me sentía un farsante, un fantoche de poca monta, era cuando leía tomado del barandal del vagón, soportando el bamboleo y el calor asfixiante. Muchas veces al llegar a la estación de trasferencia, cruzaba al otro andén, y volvía a hacer el viaje de regreso. Sumergido en la lectura yendo de ida y vuelta pase varios días. Otras veces, mientras seguía fascinado la historia o tesis que tenía entre manos, se infiltraba una sombra negra, repulsiva, que iba ganando terreno detrás de mi cabeza. Me advertía que aquello no estaba bien. Y comenzaba a reprenderme con duras voces que no me dejaban concentrarme. Entonces tenía que volver a la realidad, afrontarla. Y me quedaba viendo las personas madrugar para dirigirse a sus trabajos. Siempre un espectador. Los ancianos sentados en los puestos especiales. Un testimonio sordo. Las caras de disgusto de quien tiene que aguardar parado hasta que cierren las puertas. Un mirón nada más. Las conversaciones cotidianas. Y todo se iba llenando de una espuma, una irrealidad, una niebla que me mantenía separado de aquello. Viendo detrás de un cristal. Entonces confundía las lecturas con la realidad y me creía, nos creía, un personaje ideado por alguien que solo existía si alguien decidía que existiera. Perdido entre las calles de Caracas en donde me adentraba con la convicción de perderme. Visitando museos, cines de media tarde o, conversando con desconocidos en las cafeterías, me preguntaba cuando dejaría de existir. Cuando regresaría al polvo


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Finge, es un personaje que miente sobre sus gustos, para que el mundo lo acepte, se encantará con Ana, pero no sé si él pueda mantener un romance, pues no está seguro de que quiere, je je siempre me ha gustado tu narrativa. Saludos @poesiaempirica

Muchas gracias Marpita. Y a mi siempre me ha gustado verte por acá