Dentro de las fauces de lo recóndito, existe un mundo donde la fantasía resalta una y mil veces. Los puertos de la humanidad apenas se van condensando, y el solsticio de las civilizaciones aún está en proceso para culminar.

En uno de los pasajes de lo desconocido, en una mañana casi boreal, Santuk salió de su hogar a la cacería, y se llevó su arco y su flecha de madera encantada argentina, con las puntas floreadas y bendecidas por el dios Caanun. Y llevó un puñado de semillas de Yanaán, aquellas que sirven para satisfacer la fatiga.

Cruzó los valles de las rosas silvestres, donde su reina cantaba una hermosa pero inefable canción. Corrió tan rápido por aquellos deslumbrantes terrenos que pareciera que andaba sobre los rayos del sol.

Descendió hacia los pies de las colinas más bajas y llegó hacia un plano lleno de animales para cazar. Se posicionó y seleccionó un objetivo, pero antes de lanzar el tiro, una criatura de lo más hermosa detuvo ataque.

El nombre de ella era de Nuria, un hada de las lejanía, que tenía de objetivo proteger ese rebaño de animales salvajes y llevarlos hacia al otro lado de la región. Al conocerse, ambos comenzaron a manifestar sentimientos complejos; el uno hacia el otro, y comenzaron a reunirse frecuentemente en las diferentes zonas transitadas para cumplir su objetivo.

Ella al final no podía estar con él, porque es bien sabido que las hadas vuelven a su lecho después de cierto tiempo. Su sueño la llamaba y a escondidas se separó de él y volvió al bosque. Él con el corazón roto fue tras ella buscándola, pero no la encontró, pero al final, una pista levantó su frente y avispó su mente para poder culminar, el esperado hallazgo.

Ilustración

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