No somos tan distintos.
De modo general, el libro va transcurriendo a través de las décadas del siglo pasado, refiriendo con detalles abundantes los principales hitos ocurridos, así como las corrientes de pensamiento que de algún modo configuraron los “tiempos” que aún vivimos. Para el momento en que escribo, solo he terminado de leer el primer capítulo —la obra cuenta con unas respetables 1087 páginas—, y sin embargo van apareciendo ya algunas ideas sugerentes.
Un hecho que manifiesta el misterio de la existencia del mal en la creación es como en un momento determinado de la historia, las naciones que —en teoría— eran consideradas como “ejemplares” para el resto, se ensartaron en una guerra cuyos nefastos resultados solo fueron superados por el conflicto mundial que vino a continuación. Orgullos nacionales heridos, resentimientos raciales, alianzas para mantener sometidas a naciones enteras a los imperios de turno, son algunos de los móviles que, al menos por un tiempo, impulsaron a muchos de los involucrados en la revuelta.
Si hacemos un viraje transcontinental, esa crisis de sentido podemos sentirla hoy mismo en Venezuela. No hay una guerra oficialmente declarada, pero vivimos todas las consecuencias propias de un conflicto bélico. Imposibilidad para conseguir los medios básicos de subsistencia (comida, medicinas, etc.), inexistencia de un ente que asegure las relaciones justas entre los ciudadanos, reduciendo todo a la primitiva ley del más fuerte. Ni hablar de la alta probabilidad de morir a causa de un arma de fuego.
No obstante, es la misma dinámica que sigue el autor de Tiempos Modernos la que puede orientar nuestra búsqueda de respuestas. Una de las intuiciones de Johnson es el papel determinante que juegan los individuos en el desarrollo de la historia universal. No son las ideologías la clave en el desenvolvimiento de los tiempos, sino las acciones concretas de hombres concretos. Grandes personajes: Bolívar, Churchill, Gandhi, etc., pero a su vez —y sin querer disminuir la repercusión que tuvieron— se trata de hombres concretos —como tú lector, o como yo— que supieron estar a la altura del compromiso que la vida les pedía.
Las situaciones difíciles tienen la capacidad de hacer que perdamos el enfoque trascendente de nuestra existencia. Dejamos de lado las consideraciones que se afincan en la naturaleza religiosa del hombre, e incluso nos olvidamos de nuestra historia, limitando nuestra vista a la resolución del problema que se nos ha venido encima. No por casualidad ese ha sido —y sigue siendo— un método eficacísimo para mantener subyugados a pueblos enteros por parte de estados totalitarios. Hemos de hacer un esfuerzo por situar la crisis “dentro” de nuestro itinerario vital. Puede ser así un elemento para impulsar nuestro empeño por ser mejores.
No es sencillo. El peso de la crisis nos agobia y los innumerables sufrimientos del prójimo aumentan nuestra indignación a diario. Encaucemos parte del esfuerzo entonces a revisar ejemplos en la historia de la humanidad. Allí podremos encontrar otra característica típica de las crisis humanas: no son nuevas, ni infrecuentes. Han acompañado a los hombres desde sus inicios.
Ciertamente, quedarnos solo con la verificación histórica de que las crisis son una constante en la vida de los hombres no basta: estaríamos corroborando nada más un “mal de muchos”. En el caso de los países involucrados en la Gran Guerra, hoy es posible apreciar los esfuerzos realizados para evitar caer en un error semejante, procurando poner en práctica las lecciones aprendidas. El que estos países afronten todavía problemáticas diversas, manifiesta claramente que la consecución del bien común es una tarea de cada generación, y no una herencia. Sepámonos ver en esos individuos que, a pesar de las adversidades, han sabido luchar por configurar con un gran ideal la realidad que les ha tocado vivir
Cuando se hace cada vez más insoportable el dominio arbitrario de unos criminales sobre nuestra nación, quizás valga la pena tener presentes aquellas palabras de Chevrot: “La grandeza del hombre no consiste en tener sujetos a los demás, sino en prestarles servicio; del mismo modo que los verdaderos dueños del mundo son los que, dominando sus instintos y mortificándose a sí mismos, no hacen sufrir a nadie; al contrario se ocupan en aligerar los sufrimientos ajenos”.
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¡@cdcm2112! Muy bueno el contenido, sigue asi!
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Excelente post. La gran guerra pudo proyectar como las naciones modernas cayeron en un abismo producto del odio y la competencia por depredar a otras naciones. Al final los nacionalismos condujeron a un desastre sin sentido alguno. Felicitaciones.
Muchas gracias por tu comentario @henpar.
Totalmente de acuerdo: el nacionalismo (distinto del "patriotismo" virtuoso) es un vicio terrible. Impide reconocer los valores propios de cada pueblo, así como también el patrimonio que compartimos en común todos los hombres, sin importar las épocas.
¡Bienvenido y muchísimo éxito acá en Steemit!
Muy bueno tu post cdmc2112. Gracias por compartirlo. Felicitaciones. Saludos.
Gracias a ti por leerlo @auralucy. ¡Saludos!
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