El Susurro de los Andes (San Cristóbal: Crónicas de una crisis anunciada) // Prosa Poética
Recorrí todas las calles de esta lánguida ciudad;
Observé cómo se conducía por cada una de ellas
La futilidad. No hallé un solo lugar donde el hambre
Y la miseria no Implantasen su ley marcial.
Entre Techos de zinc y paredes de hormigón
Se fragua el escenario con pilas de carbón.
Los protagonistas de este sórdido drama
El desahucio, y haciendo de comparsa, la inanición.
Cinco de la tarde, San Cristóbal no es más que un
Pueblo arropado por un velo gris y fantasmal.
Cuando nacen las primeras centellas del alba,
Rostros que palidecen deambulan febrilmente
Por la avenida principal. Siete de la mañana;
Yacen postrados sus hombros sobre barras
De aluminio y metal. El bus no llega; la multitud
Se exaspera. Ofuscados por pensamientos ridículos,
Mártires de la inercia, hastiados de vínculos políticos.
Se extingue la flama en la hoguera de la paciencia.
Las cenizas de la demencia comienzan a brotar
Como el llanto de una madre a las puertas
De la morgue del Hospital Central
A quien a su hijo acaban de ajusticiar
Por tan sólo despojarle de un teléfono celular.
Aferrados a trágicas esperanzas
A palabras huecas y falsas promesas;
Pastores, curas, políticos: todos mienten por igual.
Allí van los rostros que personifican la pena capital
Por aceras y veredas, con las vísceras crujiendo
Con los estómagos vacíos y la bilis ardiendo
Humillados, aplastados, arrastrándose como gusanos
Y sus miradas, que se pierden entre la niebla y el ensueño matutino
Vislumbran en el horizonte, como si se tratase de espejismos
Un lugar, donde las penas y miserias que les aquejan
Sean apaciguadas; aquel lugar, donde todo su dolor
Causado por el hambre y los infortunios que la falta
De dinero puede generar, encuentre el sosiego terrenal.
Y que todas las heridas provocadas por las flagelaciones
Que esta vida, en sus espíritus, ha infligido
Puedan ser aliviadas entre algodones y bálsamo;
Que el ungüento divino pueda curar las llagas
Por las cuales hoy adolecen sus abatidas almas
Cada uno anhela, entre plegarias y frías esperanzas
La posibilidad de olvidar y dejar atrás
Su miserable condición existencial;
Aupado por la poquedad, sin bienestar social
El dinero le es arrebatado sin ser siquiera palpado.
Fajos de papel que reman en las arenas del tiempo
Son Impulsados por el espectro del trabajo
Que, con un profundo soplo, agita el viento
En dirección a su impetuoso encargo:
Diluirse en los bolsillos del "bachaquero".
Aun con tanta calamidad, y sin poder encontrar
Una cura para su enfermedad, ríe, para no llorar;
Pero sus añoranzas se pierden en la inmensidad,
Entre los susurros de la multitud que puebla este lugar,
En medio de los andes, en medio de la nada.
Perdidos en el espacio-tiempo, entre kilómetros de nada;
La nada que absorbe los tuétanos, vacía el espíritu y consume el alma…
Mientras, observan la desidia y el caos jugando su rol protagónico;
Un vasto e inacabable campo de batalla por las causas perdidas
Se presenta solícito para con sus fieles espectadores,
Que contemplan, perplejos, bajo el umbral del recuerdo,
El acto “final”, que se repite día tras día, antes de que los tramoyistas
Dejen caer el telón que conduce a las fauces con halitosis
Que desembocan en la madriguera de sus consumidas almas.
Cuando el arrebol indica el fin de la jornada laboral,
Ante el crucifijo, aquellos hombres aferrados a la vieja
Y absurda fe, elevan su calamitoso rezar,
Otros, escupen hacia el pequeño altar;
El Dios Judeo-Cristiano les ha abandonado
Y es algo que no le piensan perdonar.
Pero ambos, al recostar sus seseras sobre la roída almohada
Y con la mirada fija hacia el techo que les resguarda,
Idealizan aquel lugar…
Aquel lugar que vislumbran en sus ensueños matutinos;
Un lugar, más allá de sus deprimentes trabajos
Con jefes déspotas y pagos mal remunerados,
Más allá de las tascas a las que acuden
A ahogar sus penas con aguardiente y vinos baratos,
Más allá de los bares, a donde acuden a por sexo
Optando por pasar hambre y despilfarrar
Sus insignificantes sueldos en lúbricos actos,
Más allá de las plazas, de las discotecas,
De los centros comerciales, atestados de imbéciles,
Megalómanos, desclasados, psicópatas y desgraciados;
Más allá de esta ciudad en cuarentena,
De los lúgubres páramos y matorrales,
Más allá de estas montañas que les rodean
Como paredes de cárceles militares…
Sueñan con un lugar donde al fin se extinga
El ominoso susurro que habita en la profundidad de los andes,
De estas cuatro paredes, de las veredas, las escuelas, catedrales
Liceos, Universidades… Ahora, escucho el gemido de una tierra
Que muere lentamente, que se retuerce en su agonía…
Se exhibe un paisaje incoloro y desolador ante mi incrédula mirada.
Oigo el chillido de las bisagras, postrado frente al postigo de mi ventana;
¡Si tan solo pudiese escuchar, como en mi infancia, el cantar de los gavilanes!
Pero no puedo hacer más que recrearme en el desencanto de este susurro:
El susurro de los andes…
Autor: Alex Greco
Fotografía original.
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