La clave está en convivir con el miedo
El miedo ha sido un temido compañero a lo largo de la historia de la humanidad. Es prácticamente imposible encontrar un ser humano que no haya sentido miedo, por lo menos en ciertas ocasiones. En cualquier caso, todos queremos librarnos de nuestros miedos y luchamos para conseguirlo. Sin embargo, existe la posibilidad de abrazar ese miedo y aprender a convivir con él como si de nuestro huésped se tratara.
El miedo es una de las muchas emociones que experimentamos a menudo. Existen una enorme variedad de miedos que dependen de diferentes circunstancias. Algunos de ellos son miedos que podemos considerar razonables como, por ejemplo, el miedo a la muerte. Sin embargo, también existen un amplio abanico de miedos que, para la mayoría de las personas, no tienen ningún fundamento. En cualquier caso, el miedo es una emoción común a todos lo seres humanos.
Fuente: Pixabay/SarahRitcherArt
¿Es necesario el miedo?
Habitualmente, el miedo, es considerado una emoción negativa. Es muy común intentar evitarlo y su ausencia suele ser sinónimo de felicidad. Sin embargo, el miedo se encuentra en casi todas las culturas de las que se tiene conocimiento. Además, el miedo, dentro de ciertos límites, es una emoción positiva ya que sirve de ayuda para que nos alejemos de un suceso para el cual, en ese momento, no estamos preparados. En cierta manera, el miedo está ligado a la supervivencia, ya que es un mecanismo que nos ayuda adaptarnos al entorno evitando ponernos en contacto que potenciales peligros.
¿Cómo se manifiesta el miedo en nuestro cuerpo?
Cuando sentimos miedo, nuestro cuerpo pone en marcha una serie de mecanismos con el fin de ayudarnos a responder a la posible amenaza. Nuestro cerebro experimenta cambios a nivel del sistema límbico que regularán las conductas que tienen que ver con la huida, la lucha y la conservación. Todo esto sucede en un instante. Después, se producirá una activación de la amígdala debido a lo cual se desencadenan diferentes procesos: aumenta la presión arterial, se acelera el ritmo del metabolismo, segregamos más cantidad de adrenalina, el nivel de glucosa en sangre aumenta, la pupila se dilata, hay mayor tensión muscular y las funciones esenciales del organismo se ralentizan o se detienen.
Gracias a todos estos procesos internos, nuestro cuerpo podrá defenderse de las posibles amenazas reales o imaginarias. Según diferentes estudios, en esos momentos en los que sentimos miedo nuestra percepción se modifica distorsionando la realidad que percibimos. Por este motivo, las personas que se encuentran frente a un objeto que les produce miedo suelen percibirlo más cerca y de mayor tamaño de lo que realmente es y está.
Los tipos de miedo
Los seres humanos somos muy diferentes. Debido a estas diferencias, no todas las personas sienten miedo a las mismas cosas ni los contenidos de sus miedos son iguales. Según la existencia o no de un estímulo los miedos pueden ser:
Irreal
Este tipo de miedo tiene su origen en un pensamiento imaginario y, muchas veces, distorsionado. No suelen representar una amenaza real para la persona que los experimenta y son miedos no adaptativos. Cuando este tipo de miedos se cronifican pueden aparecer las fobias que interfieren negativamente en la vida de la persona. El miedo a hablar en público, por ejemplo, entra dentro de esta categoría
Real
Como su nombre indica, hace referencia a los miedos que se construyen a partir de componentes reales. Estos miedos tienen valor adaptativo y son patrones de activación fisiológica y emocional que nos ayudan a evitar el peligro de manera inmediata. En muchas ocasiones estas activaciones fisiológicas son independientes de nuestra intención consciente. Podríamos poner el ejemplo del miedo que sentimos al encontrarnos en un lugar en el que existe riesgo de poder caer al vacío.
También podemos clasificar los miedos según la normalidad.
Normal
Este tipo de miedo, como el real, tiene carácter adaptativo y nos ayuda a librarnos de algo que signifique un peligro para nosotros. Por ejemplo, ver una araña o una serpiente.
Patológico
El miedo patológico se mantiene activo aunque no haya ningún peligro. Interfiere de manera significativa en el funcionamiento habitual de la persona. Ocasiona malestar, tanto a la persona que lo sufre como a los que le rodean.
Además de las clasificaciones básicas de miedos, podríamos seguir nombrando muchos otros tipos de miedo como: el físico, el social, el metafísico, al compromiso, a la incertidumbre, etc.
Acepta tus emociones
En la actualidad, tenemos muy poca tolerancia a los vaivenes del vivir. Queremos “normalizar” las situaciones de manera instantánea. Nos olvidamos de que, como seres vivos, es normal que nuestra vida esté marcada por distintos tipos de situaciones y emociones.
Hemos dado tanto protagonismo a la medicina que al más mínimo síntoma vamos corriendo a buscar la pastilla mágica que nos libre de ese malestar que no queremos seguir sintiendo. Nos hemos hecho cómodos y perseguimos la linealidad emocional, cosa que es imposible de conseguir.
El hecho de estar vivos es inherente a las mareas que presenta la misma vida. Habrá días en los que nos sentiremos mejor y otros en los que vamos a sentir miedo, tristeza, desesperanza o angustia. Lo más importante es ser capaces de entender que cualquiera de estas emociones no vienen para quedarse. Todas las emociones son pasajeras, tanto las que llamamos positivas como las negativas. Por eso, es más inteligente observar su impermanencia y, con paciencia, esperar su disolución.
Existe una manera de no dejarse llevar por esas emociones que es poder observarlas con cierta distancia. La meditación es una de las mejores formas de poder mirar esas emociones sin que nos arrastren. Gracias a la meditación, podemos convertirnos en un receptáculo en el que las emociones se originan y, de la misma manera, se diluyen en el río de la vida.
Dale la mano al miedo y, permite que camine contigo como si de un buen amigo se tratara. Otórgale el tratamiento que merece y, sobre todo, no le empujes para que se marche porque esa resistencia fortalece su existencia.
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